julio 27, 2012

Noimportaquéniadónde

El tiempo pasa y pasa y de pronto ya es el séptimo mes del año. Y parece que ayer no más era el primer día de este dosmildoce. La cómoda rutina se ha tragado el tiempo que dedicarías a otras cosas. Aquello que proyectabas como realidad palpable (aun en la distancia) terminó disuelto en un río de sinsentidos y poca paciencia (¡vaya novedad!). El tiempo no guarda clemencia, nadie, nada espera. Tampoco tú esperas más. Lo único que anhelas es poder bajarte de ese vagón. Noimportaquéniadónde. Ha sido suficiente tiempo y alma en ese tren con rumbo incierto. Quién sabe y sea esta la oportunidad perfecta. Es más fácil convivir con la rabia que con la ausencia. Pues entonces, ¡que dure la rabia hasta la siguiente estación! Que haga su trabajo el tiempo, sin contemplaciones.


Y sin embargo, llegan días como hoy, lentos, difusos, pierdes el rumbo, la rabia abandona un poco tu cuerpo y quedas en vilo. No quieres dar paso alguno, ni respirar, temes perder tu lugar seguro. Detestas la más mínima asociación, quieres estar en blanco, y dedicarte sólo a los deberes. Dudas sobre tu capacidad de renovación, ¿y si nunca se va? Creas explicaciones inverosímiles sólo para darte tregua (loquefue, loqueno). 


Y la ciudad es tu nueva diosa, le rezas esperando generosidad. Le rezas esperando sea un laberinto sin posibilidad de encuentro alguno. Y a la rabia le prenderás velas rojas para que no deje de arder y tú sigas sinimportarquéniadónde. Quéniadónde. Te reservas el quién para cuando asome la primera lluvia y abra surcos en la tierra. 

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